Diputación Provincial de Málaga. Area de Cultura y Educación. Calle Ollerías, s/n. 29012 Málaga. España

María José Ruiz Villodres
Jaguar sobrenatural
Centro Cultural Provincial. Ollerías, s/n. Málaga.
Del 25 enero al 22 febrero 2002
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Vuelo I, 1996
Acrílico Papel.
21 x 16 cm
Jaguar Sobrenatural es el resultado de una ensoñación activa sobre las civilizaciones mesoamericanas, unidas por el emblemático Jaguar como búsqueda de lo sagrado a través de sus ritos, cuando el hombre fiel a su propia naturaleza cree en aquello que nombra: un hombre que transita por un Jaguar, que a su vez es una Serpiente Emplumada, un Águila, el Sol...
Ruiz Villodres

Jaguar Sobrenatural
En estos últimos meses hemos podido leer insistentemente en los distintos medios de comunicación las transformaciones que iban a sucederse en el “mundo occidental y civilizado” –véase Europa, Norteamérica y por extensión todos los países que han adoptado las garantías sociales-políticas-económicas y culturales, que caracterizan e identifican al llamado “modelo occidental”-, tras los atentados terroristas del 11 de septiembre pasado a las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono en el estado de Washington, “afectando”, por tanto, a los garantes e iconos de la economía y la defensa del concierto mundial occidental y civilizado presidido por los Estados Unidos de Norteamérica.

Estos titulares que se han ido repitiendo en boca de acreditados periodistas y analistas de la actualidad conllevan una intencionalidad velada que desde antiguo viene siendo aceptada en primera instancia por la gran mayoría de la ciudadanía occidental. El Occidente, o más concretamente el mundo occidental europeo, desde los inicios de la historia es la gran dominadora de la escena internacional, esto es así desde que las primeras civilizaciones conocidas ubicadas en las orillas del Tigris y el Eúfrates perdieran su hegemonía frente a los nuevos pobladores y civilizaciones. Grecia se convirtió desde entonces en la cuna de la civilización occidental frente a otros núcleos poblacionales del momento, es así como nuestra civilización se ha constituido para el resto de habitantes del planeta en el modelo de una serie de características sociales, económicas, políticas y culturales que venían a constituir el progreso y el avance de un determinado grupo de habitantes.

Sin embargo, esta civilización occidental europea ha tenido a lo largo de los siglos sus avances y retrocesos. La pérdida de identidad y desmembración de estos ideales ha salpicado muchos capítulos de su historia, y es sintomático que cada final de siglo el hombre occidental –civilizado-, se vea inmerso en una indefinición de su situación respecto al resto del mundo, además de cuestionarse sus garantes que no le proporcionan, al fin y al cabo, esa ansiada felicidad que busca todo ser humano. El mundo de valores creado se atiene a una crisis ya prolongada, y la identificación y comprensión de otras culturas le hacen dudar de un sistema caduco y de difícil “reparación”.

Nuestra civilización occidental ha tratado por los siglos de imponer su propia imagen ante otras culturas y civilizaciones que en muchos de los casos tal vez pueda considerársele muy superior a la nuestra –según la acepción que podamos dar a este hecho-. Puede que esta impresión general de “superioridad” haya desencadenado parte de los graves conflictos que se desarrollan en estos últimos días, o quizá no podamos buscar un único responsable para estas pérdidas irreparables de una parte importante de nuestra civilización actual. He aquí que en estos momentos en los que se apuesta por la globalización, no resulte de más prestar atención al hecho diferencial existente en otros muchos núcleos poblacionales “alejados” del sistema occidental, para desde el respeto y la comprensión armonizar y desarrollar criterios de mejora.

Las obras que ahora nos presenta María José Ruiz Villodres, bien podrían actuar como ejemplo perfecto de ese interés y comprensión de otras culturas, en este caso de las mesoamericanas. El título ya indicador de la serie mostrada, Jaguar Sobrenatural, viene a situarnos en las antiguas culturas mesoamericanas (México) -los primeros pobladores de Teotihuacan, los olmecas, mayas, aztecas e incas-, civilizaciones paralelas a los distintos estadios históricos de la cultura occidental conocida: desarrolladas en un mismo tiempo entre Constantino el Grande y el Descubrimiento y conquista de los españoles por tierras americanas aproximadamente, pero de lejanísimo referente en nuestra memoria colectiva.

En América, la presencia de los felinos -el jaguar, el puma, el lince...- del que se destaca el Jaguar, fue una constante en la cultura de las distintas civilizaciones que se sucedieron en México. Sus características de agilidad, fuerza y valor lo convirtieron en un animal totémico, y de este modo, se erigió en el símbolo de las fuerzas sobrenaturales, en tótem que se presenta en silencio y de pronto surge como aparición sobrenatural.

Para la cultura olmeca, primera de las civilizaciones en adoptar su figura, el jaguar representaba ancestros totémicos –como los distintos espíritus de la naturaleza- y adoptaba formas de hombres jaguar. Según sus creencias mágicas, este animal era el símbolo de las fuerzas sobrenaturales, considerado como un dios y no un animal, por lo que lo convirtieron en tótem, en aparición sobrenatural. El complejo de temor y peligro hacia éste le llevaron a cultivar y desarrollar esta representación mítico-religiosa mediante cultos, pues representaba en sí mismo a la tierra, la noche y la oscuridad.

Las referencias plásticas que nos han llegado hasta nuestros días del arte olmeca, lo identifican con representaciones humanas, en ese proceso de simbiosis entre la figura del sacerdote con el propio jaguar; otras tienen referentes humanos y felinos. Generalmente en el trabajo realizado en talla se distinguen hombres disfrazados de jaguar o jaguares en proceso de convertirse en hombres. Su adoración fue más tarde tomada por otros pueblos, sirviendo de inspiración para otras culturas posteriores que lo tomaron como referente para el culto de los dioses-tigres, difundiéndose de este modo la adoración del jaguar por todas partes.

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Jaguar, 1998
Acrílico Papel.
50 x 65 cm
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Lucha, 1997
Acrílico Papel.
65 x 50cm
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Colonización II, 1997
Acrílico Papel.
65 x 50 cm
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Muerte del Jaguar II, 1997
Acrílico Papel.
65 x 50 cm
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Vuelo II, 1996
Acrílico Papel.
50 x 65 cm

Hay que tener en cuenta que para la mentalidad indígena la vida era tomada como un rito continuo, contando para este espectáculo con el sol, la luna y los planetas que estaban en movimiento constante y producían a su vez el día y la noche, las estaciones del año e influían directamente en los ciclos de la naturaleza. Entre los animales-símbolos (interpretados como energías cósmicas), se reconocía al jaguar, y en determinadas culturas como la precolombina, uno de sus principales símbolos sería el águila-serpiente-jaguar y su integración en diferentes concepciones como la serpiente emplumada. Todas estas energías se terminaban interrelacionando para así promover el equilibrio armónico del mundo.

Todo lo expuesto puede servirnos para descubrir en esta serie de Ruiz Villodres la lectura que ella ha acometido sobre el antiguo mito del Jaguar Sobrenatural. Su interpretación plástica se acerca más a la vertiente espiritual del símbolo que a la parte animalística. No pretende darnos, por tanto, un testimonio gráfico de estas civilizaciones perdidas, sino adentrarse en una cosmovisión tan lejana a la nuestra que es difícil su comprensión; quizá se interprete como tal “incomprensión” nuestra visión única de lo que entendemos por mundo civilizado, y de lo que debo señalar que al comenzar a estudiar y hablar de la obra con María José, se me descubría un mundo nuevo, distinto, y a su vez fascinante, muy alejado de la tradición clásica a la que sí estaba más acostumbrada, por lo que desde estas líneas quiero agradecerle su confianza y entusiasmo depositados y descubrirme una parte de las distintas culturas mesoamericanas.

Ruiz Villodres se plantea el trabajo sobre el Jaguar Sobrenatural tras la acertada lectura de “El jaguar y las civilizaciones perdidas”, imponiéndose desde ese momento el convertir en imágenes plásticas todo lo que allí había descubierto; para ello no se sirvió de elementos referenciales como los anteriormente citados de las tallas en piedras, sino que reelaboró desde su propio lenguaje expresivo las distintas transformaciones y los distintos significados que adoptaba el jaguar, especialmente desde la meditación y la búsqueda espiritual.

Comienza a trabajar en esta larga serie en 1996, dedicándose también ya de manera más prolongada entre los años 1997-1998 –aunque en la exposición veremos también algunos lienzos y bocetos fechados con posterioridad-. Inicialmente comienza su trabajo efectuando bocetos pequeños, fundamentalmente sobre papel, cartulina... para en algunos momentos trasladarlos posteriormente al lienzo, y a diferencia de otros artistas, al elaborar de forma casi definitiva estos bocetos, podrían denominárseles también como obras completas, ya que en la mayoría de ejemplos pierde frescura y espontaneidad la idea al ser trasladada a un tamaño mayor al lienzo. Fundamentalmente todas las obras expuestas van a representar algunos de los distintos estadios por los que atravesaba el ritual y los constantes cambios y transformaciones del Jaguar.

El lenguaje propio y característico de Ruiz Villodres se intensifica aún más en esta serie, la carga expresiva y espontánea que transmite en su peculiar interpretación de la pintura abstracta, está revelada con gran fuerza en los bocetos: las amplias y largas pinceladas cargadas de color se adaptan al espacio impuesto por la artista; el dominio de las líneas onduladas, suaves, frente a la casi inexistencia de líneas quebradas en estos ejemplos; la fuerte carga emocional que lleva implícita el asunto y que se traduce en los colores escogidos para las distintas representaciones: rojos intensos, amarillos, azules, grises, verdes... colores que no tienen correspondencia con su interpretación real.

Como un singular leit-motiv en su producción desde hace ya algunos años, se sigue repitiendo ese “signo” creado por María José, incorporándolo en cada uno de los ejemplos, modificándose y adaptando su forma al espacio cambiante, transformador, como si tomara vida propia con el jaguar, como así podemos ver en las obras: “Bonampak”, “Vuelo”, “Arenga”, “Colonización”, “Lucha”, “Ubicuo”, “Oráculo”, “Muerte de Jaguar”, y por supuesto, en toda la serie de Jaguares que se muestran. Este signo en palabras de la artista es definido de la siguiente forma: “Mi pintura es un lenguaje hermético, en el que a partir de un signo o símbolo ritual para mí, emprendo una búsqueda, de mi interior al interior del espacio en blanco. Este signo es rojo, con acentos negros, ya que el negro y el rojo junto con el blanco del lienzo son los colores rituales por excelencia. Este signo se descompone en elementos o módulos, los cuales al buscar su espacio suelen encerrarse en una forma, continente de su mundo”.

Las distintas transformaciones que se iban sucediendo en el jaguar, están también retratadas por la artista, y mejor expuestas con la rotundidad expresiva con que resuelve las distintas formas a través de pinceladas densas y cargadas de materia: “Arenga”, “Vuelo”, “Ubícuo”, “Lucha”, los distintos retratos de “Jaguares” -del que ella misma también toma forma, presente en un autorretrato en esta muestra-. Pero como tal civilización antigua, la olmeca y por extensión todas las que tenían al jaguar como símbolo, fueron en algunos casos desapareciendo sin más, y en otros, por el peligro inminente que representaba parte de esa civilización occidental llegada a sus territorios para “imponer” los valores de la civilización occidental -como de hecho así ocurrió con la llegada de los conquistadores españoles y su contacto con los antiguos pobladores de América-, representados por Ruiz Villodres en los títulos “Colonización I y II”, y la “Muerte de Jaguar”, en los que la aniquilación del símbolo de estas civilizaciones viene precedido por “elementos extraños y ajenos” a la tradición mítica de los antiguos pueblos.

Creo que la exposición presentada debe provocar cuando menos un interés y una mentalidad abierta a esas culturas alejadas de la nuestra, pero cercanas en los valores esenciales del individuo ahora más que nunca faltos de una base estabilizadora. Si bien la producción de María José Ruiz Villodres en estos momentos se encuentra por otros caminos distintos del ahora presentado, su capacidad por desvelarnos y transmitir la emoción de universos alejados de nuestro entorno habitual hace que nos interesemos vivamente por estas culturas, comprometiéndonos con unos valores culturales tan válidos como el nuestro.

Lourdes Jiménez Fernández Historiadora del Arte

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