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La generación musical del 27
Teatro Cervantes. Málaga. Lunes 16 diciembre 2002 - 21:00 horas. Entrada 6 €

Texto: FRANCISCO MARTÍNEZ GONZÁLEZ
La Generación musical del 27
La historia de la música española en el siglo XX es la crónica de un formidable esfuerzo de puesta al día, de aclimatación urgente a cuantos estilos, técnicas y tendencias se habían sucedido en Europa y América, ya durante el siglo XIX, sin el concurso ni la mirada atenta de nuestro país. En ese proceso de modernización Falla fue pionero, pues a través de él supimos del Impresionismo (Noches en los jardines de España), Neoclasicismo (El Retablo de Maese Pedro, Concierto para clave) y de la posibilidad de erigir un nacionalismo de corte universalista como el que, por ejemplo, el húngaro Bartók o el ruso Stravinsky estaban practicando. Pero el magisterio de Falla había de ser asimilado y trascendido, y esa fue la función histórica cubierta por la llamada Generación del 27. En ella se encuadran músicos nacidos en torno a 1900 que iniciarían su carrera en los años veinte y a los cuales tocaría en suerte representar en la historia de la música española el período neoclásico, aunque algunos no serían indiferentes a otros estímulos provenientes del exterior. Por eso, como señala Tomás Marco en su Historia de la música española: s. XX: “en esta generación pueden convivir neoclasicismo, intentos atonales, dodecafonismo y casticismo en una amalgama que, después de todo, no es tan incoherente y que refleja a las mil maravillas las convivencias folklóricas, neoclásicas, vanguardistas y surrealistas de los poetas del 27”. La Generación está básicamente constituida por el llamado Grupo de Madrid o de Los Ocho -Ernesto y Rodolfo Halffter, Gustavo Pittaluga, Rosa García Ascot, Salvador Bacarisse, Julián Bautista, Fernando Remacha y Juan José Mantecón- y por el Grupo catalán, que haría su presentación en 1931 bajo el nombre de “Grupo de Artistas Catalanes Independientes” integrado por Roberto Gerhard, Baltasar Samper, Manuel Blancafort, Ricardo Lamote de Grignon, Eduardo Toldrá y Federico Mompou.

Las figuras mayores
Roberto Gerhard
(1896-1970) fue el músico más difundido a escala internacional de toda la Generación del 27 y, sin duda alguna, el más importante compositor español del siglo XX después de Falla. La formación musical de Gerhard entronca con lo más robusto del nacionalismo musical de principios del XX. Estudió piano con Granados y Frank Marshall en Barcelona, y trabajó la composición con Pedrell entre 1916 y 1920. Después de mucha reflexión decide ampliar horizontes y solicita a Schoenberg convertirse en alumno suyo. Schoenberg lo acepta, y desde 1923 hasta 1928 estudia con el maestro austríaco, primero en Viena y luego en Berlín, llegando a convertirse en su asistente. En 1928 regresa a Austria, traduciendo libros de teóricos e historiadores de la música. En 1929 está de nuevo en Barcelona, donde a partir de 1931 trabaja como profesor de música de la Escola Normal de la Generalitat de Catalunya. Allí se centra en la Sección de Música de la Biblioteca de Cataluña, llegando a editar a músicos catalanes del s. XVIII. En 1939 cruza la frontera francesa cuando las tropas franquistas entran en Barcelona. Después de una breve estancia en París se instala en Cambridge (Inglaterra), lugar en el que, prácticamente, pasaría el resto de su vida.
La vida de Gerhard constituye un proceso de continua profundización de los medios expresivos y de constante propuesta de retos en el plano intelectual y artístico. Conocedor y practicante del método dodecafónico –que adoptó de una forma no dogmática o exclusivista, de un modo que lo emparenta con Alban Berg-, en los años 50 empieza a interesarse por la música concreta y electrónica, al tiempo que se encuentran los primeros indicios de extensión del concepto de serie a las duraciones de los sonidos. Lamentablemente, la escasez en lo material le impidió una dedicación plena a la composición, y como señala su discípulo Joaquín Homs, no fue hasta 1966 cuando, por primera vez, los encargos de obras de libre elección le permitieron prescindir de toda clase de trabajo “comercial”.
Su catálogo, que tantas veces reivindica su ascendencia hispánica, supone una fusión de elementos españoles con el dodecafonismo en obras como el Concierto para violín, las cuatro sinfonías –grandísima música, apenas conocida en nuestras fronteras-, el Concierto para piano, el Concierto para clavecín, etc. Sin citar su muy interesante música de cámara.
Roberto Gerhard
Roberto Gerhard
Ernesto Halffter
(1905-1989) fue discípulo directo de Falla. Madrileño de nacimiento aunque con antecedentes germánicos –prusianos propiamente- por parte de padre. De formación prácticamente autodidacta –ni él ni su hermano Rodolfo pasaron por el Conservatorio- estudió el piano con Fernando Ember. En otoño del año 1923 presenta a Falla un trío y un cuarteto, obras en las cuales el maestro, según cuenta Adolfo Salazar, “no tardó en descubrir y en afirmar la cualidad netamente española del joven músico”. Trabaja en Granada con Falla. La Junta de Ampliación de Estudios le permite seguir estudiando en París, donde, por mediación del maestro gaditano, conocerá a Ravel. Viaja por Alemania. En 1924 Falla le hace director de la Orquesta Bética de Sevilla, conjunto con el que abordará el repertorio clásico y moderno. Los Dos bocetos sinfónicos (1923), estrenados por la orquesta de Pérez Casas, significaron su confirmación como la gran promesa que ya había intuido Salazar, pero sería la posterior Sinfonietta (1925) la que le valdría común y perdurable admiración. Falla, la música francesa y el neoescarlattismo –versión hispánica del neoclasicismo europeo- se entreveran felizmente aquí para constituir una obra redonda. En su imprescindible La música contemporánea en España (1930) escribía Adolfo Salazar a propósito de la Sinfonietta: “Primero por su instinto, en seguida por su aprendizaje con Falla, Halffter sabe depurar su escritura hasta el límite, emplear lo estrictamente necesario, prescindiendo de toda aglomeración fatal para la claridad, huir de la redundancia; cualidades éstas de un abolengo clásico, pero que van unidas a un sentido profundamente moderno, a una plenitud, un optimismo, una alegría de creador que están al lado del espíritu deportivo de nuestros días. Ejercicio gimnástico, sano y robusto, en el que la perfección objetiva es el goal”. Dieciséis audiciones dadas por Arbós con la Orquesta Sinfónica de Madrid llevaron la Sinfonietta de Halffter por toda España el mismo año de su estreno. Sin embargo, la evolución posterior de Ernesto Halffter no se mostrará del todo consecuente con la excelencia de esta temprana realización, pues aunque se sucederán obras de solvente factura, nunca volverá a alcanzar el impacto de la Sinfonietta.
Fue director del Conservatorio de Sevilla hasta 1936. Casado con la pianista portuguesa Alicia Cámara, pasará unos años en Lisboa, pero terminará regresando a España una vez acabada la Guerra Civil.
Hay que destacar en su catálogo el ballet neoclásico Sonatina (1928), la obra para voz y diversos instrumentos Automme Malade (1927), la Rapsodia portuguesa (1940, revisión de 1951) para piano y orquesta; algunas obras sinfónico-corales del último período, como el Canticum in memoriam P. P. Johannem XXIII (1964) o los Gozos de Nuestra Señora (1970). Asimismo es de señalar su Concierto para guitarra y orquesta (1969).
Dice Tomás Marco que: “Al repasar la obra de Ernesto Halffter se suele tener la impresión de que no es un autor que haya dado de sí todo lo que debiera”. Tal vez la influencia de un temperamento no sistemático, la quiebra representada por la Guerra Civil y la vacuidad del ambiente musical español tras la contienda confluyeron para acortar el vuelo de un compositor que, pese a todo, sigue siendo un referente obligado en la música española de este período.
Ernesto Halffter
Ernesto Halffter
Rodolfo Halffter
(1900-1987) constituye un caso de singular capacidad de evolución dentro de un grupo en el que el exilio fue en ocasiones causa de disipación de energías o de anquilosamiento. Músico de formación esencialmente autodidacta, aunque recibió consejos de Falla, su andadura creativa se inicia en el marco de un nacionalismo avanzado de corte neoclásico que alcanza una de sus cumbres en el ballet Don Lindo de Almería (1935). Desempeñó funciones directivas en el ámbito de la política cultural durante la República (Presidente de la Junta Organizadora de la Enseñanza Musical). En 1939, al finalizar la contienda civil, se traslada con su familia a México. Allí es bien recibido, y con el tiempo llegará a ser catedrático de Análisis Musical en el Conservatorio Nacional de Música y gerente de Ediciones Mexicanas de Música. En el país centroamericano, el estilo de Rodolfo Halffter se irá transfigurando lentamente, asimilando con decisión y originalidad el serialismo y otros aspectos de la vanguardia –incluida la aleatoriedad- sin prescindir de aquellos elementos identificativos de su lenguaje. Así, el Concierto para violín y orquesta (1940) abre una línea de avance que seguirá adelante en las Tres piezas para cuerda (1954), la Tripartita (1959), las Diferencias para orquesta (1970) o los Ocho tientos para cuarteto (1973). Además, su obra pianística puede considerarse, después de la de Mompou, la más interesante del siglo XX español. La importancia y amplitud de su catálogo, unida al hecho de que fuera uno de los exiliados finalmente recuperados para la cultura nacional –fue regular su presencia en los Cursos “Manuel de Falla” de Granada en los años 70- hace que la influencia del compositor en nuestro país haya sido notable.
Rodolfo Halffter
Rodolfo Halffter
Julián Bautista
(1901-1961) es una autor importante dentro de la Generación del 27, por lo que la situación de casi absoluto olvido en la que se encuentra su obra sea especialmente injusta. Fue Bautista un “músico nato”, de talentos y aptitudes demostrados desde muy temprano. Se formó en el Conservatorio de Madrid –centro en el que llegaría con el tiempo a impartir clases de Armonía-, donde la influencia más destacable fue la que ejerció sobre él Conrado del Campo, cuya magisterio recibiría a partir de los catorce años. En aquellas lecciones coincidiría con Salvador Bacarisse y Fernando Remacha, sus condiscípulos. Según nos refiere Rodolfo Halffter, los tres “frecuentaban las memorables series de conciertos de la Orquesta Filarmónica, dirigida por el maestro Pérez Casas, en el Circo Price. Estos conciertos, que iniciaron en Madrid el tipo de concierto popular, fueron, con los consejos de su profesor, la escuela viva de composición del trío de amigos, núcleo germinador de nuestro grupo”.
Julián Bautista fue uno de los elementos más activos en los comienzos de la Generación. De la etapa anterior a la Guerra Civil destacan el ballet Juerga (1921); Colores (1921-22), colección de seis piezas para piano; la Suite all’antica (1932, rev. 1933), para orquesta de cámara y la Obertura para una ópera grotesca (1932), entre otras. Hay que decir que gran parte de su producción anterior a la contienda se perdió durante la misma, a causa de los bombardeos de la aviación italoalemana sobre Madrid. Al término de la Guerra se estableció en Argentina, donde se integró bien, aunque elementales necesidades de supervivencia le obligaron a volcarse en la composición de música para el cine, constriñendo así su producción puramente “artística” o libre. Del período argentino –específicamente bonaerense- hay que citar el Cantar de mío Cid (1947) para solistas, coro y orquesta, así como la notable obra coral Romance del rey Rodrigo (1956). Pero donde el talento de Bautista brilló con más intensidad fue en el campo orquestal. Dos sinfonías son de obligada mención aquí: la Sinfonía breve (1956) y la Sinfonía Ricordiana (1957), esta última aún no estrenada en nuestro país. Parece que el caso de Julián Bautista es de aquellos en los que el exilio resultó claramente contraproducente.
Julián Bautista
Julián Bautista
Salvador Bacarisse
De “caso aparente de anquilosamiento como consecuencia del exilio” habla Tomás Marco a propósito de Salvador Bacarisse (1898-1963). Es verdad que los rutilantes comienzos de este compositor –ganador por tres veces del Premio Nacional de Música- no se vieron correpondidos por la posterior evolución, sobre todo la que sigue a la Guerra Civil. Su estética puede ser calificada de versátil, en el significación propia de esta palabra, es decir, inconstante o poco definida. Impresionismo, Neoclasicismo, Postromanticismo se alternan o se solapan en el curso de un itinerario artístico al que el desarraigo perjudicó.
Nace Bacarisse en Madrid, hijo de un comerciante francés establecido en esta ciudad. Por deseo paterno completó estudios de Derecho y Filosofía y Letras, al tiempo que realizaba los estudios de piano en el Conservatorio Superior: los de piano con Manuel Fernández Alberdi, y los de Armonía y Composición con Conrado del Campo. En 1923 gana por primera vez el Premio Nacional de Música con el poema sinfónico La nave de Ulises, obra en la que se hace notar sensiblemente la influencia de la por entonces auténtica deidad tutelar del compositor: Claude Debussy. Bacarisse fue un formidable animador del Grupo de Los Ocho, y dejó constancia de su talento organizativo en muchos otros ámbitos: por ejemplo, desde 1925 se encargó de los programas de Unión Radio, para seleccionar la música de la emisora como director artístico. De las obras anteriores al exilio cabe citar Heraldos (1923), obra para piano que provocó gran escándalo por su escritura politonal; el ballet Corrida de feria (1930), compuesto a petición de Antonia Mercé, “Argentina”; la ópera Charlot (1933); La tragedia de Doña Ajada (1929), para orquesta; tres cuartetos de cuerda (1930, 1932, 1936) y una Sonata en trío (1932).
La condición de exiliado lleva a Bacarisse a radicarse en París –no en América, como la mayoría de sus compañeros de generación. En la capital francesa, tras unos primeros años dominados por las estrecheces económicas, la producción del compositor no decaerá en absoluto. Muy al contrario, se puede observar una gran fecundidad y un ritmo creativo muy sostenido. Sin embargo, se da una suerte de involución o incapacidad para divisar nuevos horizontes de desarrollo, por cuanto el lenguaje de Bacarisse va escorándose cada vez más hacia posiciones neocasticistas o incluso neorrománticas. De este período podemos citar su ópera Fuenteovejuna (1962), los Veinticuatro preludios para piano (1960), así como diversas obras concertantes: entre ellas cinco conciertos para piano, el célebre Concertino para guitarra en la menor o la Fantasía andaluza, para arpa y orquesta. Algunas de estas obras fueron consecuencia directa de su amistad con eminentes intérpretes, pues la casa de Bacarisse en París fue lugar de encuentro de artistas españoles como Nicanor Zabaleta, Narciso Yepes o Leopoldo Querol.
Salvador Bacarisse
Salvador Bacarisse
Fernando Remacha
La vida y la obra de Fernando Remacha (1898-1984) pueden dividirse en dos períodos, trágicamente separados por la Guerra Civil española. La primera fase, hasta 1936, comprende los años de formación, el acercamiento a las vanguardias europeas, la apertura de horizontes en su perfeccionamiento como compositor fuera de España, las primeras obras de madurez. La segunda, aunque en modo alguno estéril, está marcada por la desolación de un exilio interior que vino a frustrar, en parte, las aspiraciones de uno de los talentos más brillantes de la música española del siglo XX.
Remacha inicia su formación en su Tudela natal, donde empieza a estudiar violín a partir de los nueve años con el maestro de capilla de la catedral. A los once, el futuro compositor se traslada con su familia a Pamplona, donde residirá brevemente antes de marchar a Madrid. Ingresará en el conservatorio de la capital, al tiempo que recibe clases particulares de violín de José del Hierro. Estudia armonía y después composición con Conrado del Campo, compositor y pedagogo de acusada germanofilia. Es en la clase de del Campo donde traba conocimiento con Salvador Bacarisse y Julián Bautista.
Las aspiraciones estéticas, el gusto musical y el afán de encontrar nuevas vías de expresión al margen de la hasta entonces hegemónica tradición de la música alemana, llevan a estos jóvenes compositores a simpatizar especialmente con París, y a preferir la música de Debussy a la de Richard Strauss.
Durante su estancia en Madrid, Remacha se ejercita también como músico práctico, pues forma parte de la Orquesta del Teatro Apolo. En 1923 se licencia de sus estudios de composición con Conrado del Campo y gana el Premio de Roma, lo que le permite pasar cuatro años de estudios en Italia. Aquí, Remacha elige perfeccionarse con quien representa, junto a Alfredo Casella, la renovación de la música italiana del momento: Gian Francesco Malipiero. Malipiero, fascinado por la música de la tradición histórica de su país, pone en contacto a Remacha con los grandes maestros del barroco italiano y, por tanto, con uno de los focos de alimentación más poderosos de la estética del Neoclasicismo.
A partir de 1928 se establece en Madrid, donde oposita, con éxito, a una plaza de viola en la Orquesta Sinfónica que dirige Arbós. Desarrolla igualmente su faceta de intérprete formando parte de la pequeña orquesta de Unión Radio, primera emisora española, importante centro de actividad musical en relación a este grupo de compositores. En Madrid se dará también un acercamiento a la música de cine. Salvador Bacarisse le presenta a Ricardo Urgoiti, que en 1929 había fundado Filmófono, y Remacha comienza a trabajar con él como director artístico de la empresa. Rodolfo Halffter, Gustavo Pittaluga y otros compositores se interesaron a su vez por este tipo de música. En la capital compone Remacha obras importantes como la Suite para orquesta de cuerda (1931) –obra que mereció elogios del siempre influyente Adolfo Salazar- y el Cuarteto para cuerda y piano, que recibe el Premio Nacional de Música en 1932.
La Guerra Civil viene a significar para Remacha, como para tantos otros, un profundo rompimiento en su carrera. Hombre alejado de la política y de las disputas ideológicas, una obra suya obtendrá el Premio Nacional durante los años de la contienda: su Cuarteto de cuerda. Acabada la guerra, tras un breve período de exilio fuera de España, el matrimonio Remacha vuelve a Tudela, donde Fernando ha de ponerse al frente del negocio familiar (una ferretería) para sobrevivir. Esto no le impidió seguir componiendo músicas como Cartel (1947), Juegos (1951), las Vísperas de San Fermín (1952), Rapsodia de Estella (1958) –obra con la que consigue el Premio Eduardo Ocón de Málaga en 1960-, la cantata Jesucristo en la cruz (1964), etc.
En 1956 es nombrado Académico de la Real Academia de Bellas Artes y director del Conservatorio Pablo Sarasate de Pamplona. En 1980 recibe, por tercera vez, el Premio Nacional de Música, y en 1981 el Premio Pablo Iglesias. Ese mismo año, la Institución Príncipe de Viana organiza el Memorial Remacha, importante porque a través de tres conciertos se daba a conocer parte de su obra. Muere Remacha el 21 de febrero de 1984, dejando tras de sí una obra que es obligado recuperar.
Fernando Remacha
Fernando Remacha
Gustavo Pittaluga
(1906-1975), hijo del Dr. Gustavo Pittaluga, catedrático de microbiología de la Universidad Central de Madrid, se desempeñó como compositor, director y crítico. Estudió Derecho. En el campo musical su formación fue prácticamente autodidacta, aunque recibió consejo y apoyo de Óscar Esplá. Algunos documentos epistolares testimonian igualmente un cierto magisterio de Falla. En 1930 decide dedicarse íntegramente a la música. Ese año es central en la biografía de Pittaluga: una conferencia suya en la Residencia de Estudiantes se concierte en virtual manifiesto del Grupo de Los Ocho. Las palabras de Pittaluga son muy sugestivas de un nuevo estado de cosas espiritual: “Musicalidad pura, sin literatura, sin filosofía, sin golpes de destino, sin física, sin metafísica (cuando un músico se pone a hacer metafísica, echaos a temblar, le salen los truculentos argumentos de las sinfonías de mi tocayo Gustav Mahler)”. Se trata de la primera presentación pública del Grupo en cuanto tal. La Junta para la Ampliación de Estudios le facilita más tarde un primer viaje a París. En abril de 1931, coincidiendo con la proclamación de la República, vuelve a España.
El ballet La romería de los cornudos (estrenado en 1930) es la obra más conocida de Pittaluga. Se trata de una obra temprana –compuesta, según él, a los veinte años-, y prácticamente la única que ha sobrevivido en las salas de concierto. Otras páginas significativas son su Concierto militar (1935) para violín y orquesta y su Petite suite (1933). En el exilio su producción disminuyó y se hizo menos arriesgada y más nacionalista. De ese período destacan su Llanto por García Lorca (1944), Homenaje a Falla (1954) y Diferencias sobre la gallarda milanesa y el canto del caballero (1950), para orquesta.
Gustavo Pittaluga
Gustavo Pittaluga
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