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Málaga, Madrid, Toulouse, París, Madrid. (1928-1931)
Tras la muerte de su madre, Cernuda se sintió libre de abandonar Sevilla, cosa que llevaba tiempo queriendo hacer pero que la situación familiar no le había permitido. Los pocos bienes familiares fueron repartidos entre los tres hermanos (Luis, Ana y Amparo) y el 4 de septiembre de 1928, tras una breve estancia en un hostal en la calle Rosario, el poeta salió en tren de la estación de San Bernardo. Como perspectiva de trabajo contaba únicamente con la vaga propuesta que le había hecho Salinas de que ocupara el puesto de lector de español en la École Normale de Toulouse. Al salir de Sevilla, camino a Madrid, Cernuda decidió primero pasar unos días en Málaga con los directores de la imprenta Sur, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre. El encuentro con quienes un año antes habían editado Perfil del aire, parece que fue bastante feliz, aunque no lo suficientemente intenso como para despejar por completo la neblina melancólica en que el poeta se hallaba inmerso. En Málaga también trató al poeta José María Hinojosa, quien, al igual que Cernuda, sentía una fuerte atracción por el surrealismo y pronto compartiría la dirección de la revista Litoral, al resurgir esta publicación, tras un largo eclipse, en la primavera de 1929. Invitado por Hinojosa, Cernuda hizo viajes tierra adentro, concretamente a Ronda y a Campillos, el pueblo natal de su anfitrión. Ésta fue la primera vez que Cernuda vio el mar y el espectáculo parece haberlo impresionado mucho, a juzgar por la recreación de la costa malagueña que incluiría en su relato “El indolente”, escrito un año más tarde. Pero en este momento lo que tal vez convenga subrayar más es el entendimiento literario y humano que se estableció entre los cuatro andaluces. Un entendimiento que los llevó, entre otras cosas, a plantear como proyecto la preparación de una Antología de la nueva poesía española. El propio Cernuda hace referencia a ello en una carta a su amigo Higinio Capote escrita poco después de salir de Málaga; pero el hecho de que fuera mucho más que el simple sueño de una tarde de otoño es algo que se desprende de otro documento importante: una hoja volandera impresa en la imprenta Sur en la primavera de 1929 en que se anunciaba la próxima publicación de dicha antología. En qué habría consistido dicha obra es imposible saberlo, aunque desde luego hubiera ofrecido una visión “generacional” muy distinta a la que Gerardo Diego ofrecería unos cuatro años más tarde en su ya legendaria Antología. Acabada la breve estancia en Málaga, Cernuda se dirigió a la capital española, donde volvió a tratar algunas de las personas conocidas en una primera breve visita a Madrid, realizada a principios de 1926. |
James Valender |
El indolente Sansueña es un pueblo ribereño en el mar del sur transparente y profundo. Un pueblo claro si los hay, todo blanco, verde y azul, con sus olivos, sus chopos y sus álamos y su golpe aquel de chumbera, al pie de una peña rojiza. Desde las azoteas, allá sobre lo alto de la roca aparece una ermita, donde la virgen del Amargo Recuerdo se venera en el único altar, entre flores de trapo bordadas de lentejuelas. Y aunque algún santo arriba no esté mal, abajo nadie le disputa la autoridad al alcalde, que para eso es cacique máximo y déspota más o menos ilustrado. ¿Quién no ha soñado alguna vez al volver tarde a su hogar en una ciudad vasta y sombría, que entre ocupaciones y diversiones igualmente aburridas está perdiendo la vida? No tenemos más que una vida y la vivimos como si aún nos pareciese demasiado, a escape y de mala gana, con ojos que no ven y con el pecho cargado de un aire turbio y envilecido. En Sansueña los ojos se abren a una luz pura y el pecho respira un aire oloroso. Ningún deseo duele al corazón, porque el deseo ha muerto en la beatitud de vivir; de vivir como viven las cosas: con silencio apasionado. La paz ha hecho su morada bajo los sombrajos donde duermen estos hombres. Y aunque el amanecer les despierte, yendo en sus barcas a tender las redes, a mediodía retiradas con el copo , también durante el día reina la paz: una paz militante, sonora y luminosa. Si alguna vez me pierdo, que vengan a buscarme aquí, a Sansueña. Bien sabía esto Don Míster, como llamaban (su verdadero nombre no hace al caso) todos al inglés que hace años atrás compró aquella casa espaciosa, erguida entre las peñas. La rodeaba un jardín en pendiente cuyas terrazas morían junto al mar, sobre las rocas que el agua había ido socavando; rocas donde día y noche resonaban las olas con voz insomne, rompiendo su creta de espuma, APRA dejar luego la piel verdosa del mar estriada de copos nacarados, como si las rosas abiertas arriba entre palmeras, en los arriates del jardín, lloviesen deshechas y consumidas de ardor bajo la calma estival. ... Después de recorrer las veredas floridas del jardín nos sentábamos en los bancos encalados del balconcillo, abierto en un repecho sobre el mar. A un lado, entre las hojas de la enredadera, abiertas sus campanillas azules se veía la playa alargarse abajo, vasta y solitaria. Más lejos aparecían las primeras casas del pueblo, blancas de tejados rosas y postigos verdes, como palomas adornadas con cintas que un enamorado enviara a su amor dentro de un canastillo. Si el día era claro y se disipaba la niebla luminosa del sur, ese polvo sutil que hace trémula e incierta la visión tal en un sueño, podían verse las montañas de África, aceradas e irreales, brotar extrañamente cerca. |
Luis Cernuda |
LUIS CERNUDA La perfección es el sello de toda la poesía de Luis Cernuda. Pero resplandece, a mi pobre entender, en ciertos lugares como las flores. Es donde él se da a ver. En una ocasión tuve que hacer algo sobre él y, claro, para una publicación yo tenía que emparentarlo, y no creo que a él le molestara: Lucrecio y Leopardi, que fácilmente van juntos, y Bécquer, el que no pudo ser, el incompleto, el inconcluso. Pero tú, Luis Cernuda, eres entero, indeleble, puro, eres el misterio de la flor. También me atreví a escribir un día sobre ese misterio de la flor, pero no pensaba en ti, sino en el misterio de la flor y en ti o ante ti mi sentimiento y mi entendimiento también, claro, cómo podrían separarse, me llevan a inclinarme ante lo que verdaderamente eres y serás siempre: un ser único. Sin pareja posible por ser impar, no por ninguna otra cosa que de ti quieran comentar. Un ser único, impar en este mundo por que el que pasaste porque no tenías otro remedio, sabiéndolo, sintiéndolo y creyéndote débil, como en el tramonto de la luna en el poema de Leopardi, o más indeleble de la Ginestra. Estabas dentro y no fuera del sacrificio. Eras el ser que vino a esta tierra para eso, para ser, no para vivir, sino para ofrecer toda la vida a un ser que quisiste creer que era efímero y que tú sabías que no, pues que nada único es efímero. Estabas dentro de la violeta, eras el tulipán, eras el aire, eras la misma muerte al par que estabas en la vida y en tu soledad intangible. No te suicidaste. ¡Qué fuerza, qué humildad, tú, el distante y el soberbio! Aceptaste vivir hasta el último momento, caerte envuelto en ti mismo. Ahora ya lo sabrás, si es que no lo supiste desde un principio, porque tú eres desde un principio y no tienes comienzo y como el hermoso adolescente entrevistas lágrimas “por no ser más que un hombre”. Yo tuve la fortuna de que al final te sintieras a tu aire, junto con mi hermana y conmigo en aquella Habana llena de misterio. “El misterio está en el Sur”, en el Sur, hacia el Sur donde van navegando los siete durmientes de Éfeso, que se dirigían a una resurrección sin espanto, una resurrección imperecedera, porque sí, como tú. Y en aquellos días que para nosotras fueron felices en la Habana, me hablaste de la cadencia que se había perdido en España y me citaste a Bécquer, “cadencias que el aire dilata en las sombras”, y nos hablaste de la prosa de Bécquer, de las cartas desde Veruela. Había cadencia también. Estoy seguro que no lo dijiste en tu conferencia sobre Bécquer que estaban ansiosamente esperando oírte los mejores, los que merecieron oírte, pero tú no quisiste entonces. Tú eras el poeta, no el conferenciante, no el profesor. El poeta no tiene por qué dar su palabra secreta y tú no eras dando aquella conferencia un poeta, sino un profesor. Fuiste injusto, sí, pero cómo reprochártelo si eras así y así te vengabas quizá de tener que hablar, salir de tu silencio en público. Sí, había en ti una venganza. La hay en muchos poemas, pero yo de eso no quiero hablar, porque no quiero juzgarte. Te quise convencer de que eras amado, entendido, pero tú no querías serlo. Querías como Lucrecio que te dejaran beber la amarga medicina, sabiendo que era amarga, apurando la copa de la amargura. Detestabas a machado. Era imposible hablarte siquiera de él. Alguien, muchos años después, me ha reprochado el no haberte preguntado por qué, pero yo esa pregunta no la hago a los seres como tú. Pertenece a tu misterio y yo amo a Machado y creo en su misterio. Pero creo también en el tuyo, como creo en el de Emilio Prados, con quien no querías que te emparejara. En tus estudios críticos tuviste el valor de reconocer en Manuel Altolaguirre, “Manolito”, un eco de San Juan de la Cruz. Todo ello está dentro del misterio de la poesía, que es el misterio de ser entre todos. La pregunta “¡qué es el ser?” la he abolido de la filosofía hace tiempo. En vez de preguntar, creo en la revelación de la filosofía y al que revela, no se le pregunta. |
María Zambrano |
Web sobre Luis Cernuda Centenario de Luis Cernuda. Una creación del Ayuntamiento y Diputación de Sevilla. María Zambrano. La autora veleña mantuvo correspondencia con el poeta sevillano. Residencia de Estudiantes. Participa directamente en los actos del centenario de Cernuda. |
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