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En 1785 Francisco de Goya, que había llegado a la corte de la mano de su cuñado Francisco Bayeu, es ya vicedirector de pintura de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y ha entrado en contacto con grupos sociales y económicos de gran prestigio y ascendencia en la villa y corte. Ahí están sus relaciones con los Duques de Osuna, los Duques de Medinaceli o el ilustrado Cabarrus, Director del Banco de San Carlos. Tan sólo un año más tarde nuestro artista es nombrado pintor del rey, y en el 1788, a la muerte de Carlos III, es nombrado Pintor de Cámara por su sucesor, Carlos IV. En medio de esta fulgurante carrera la Revolución Francesa (1789) viene a turbar la tranquilidad de la corte, generando un clima de incertidumbre e inseguridad que se traduce en la cárcel para Cabarrus, y el exilio para los también sus amigos Jovellanos y Saavedra. Tal es el desasosiego de Goya que en 1792 viaja sin permiso oficial a Cádiz, a casa de su amigo el comerciante Sebastián Martínez. Será en casa de éste, coleccionista de estampas, donde entre en contacto con la pintura y el dibujo caricaturesco inglés que tanto habrán de influir en su obra, y en especial en su obra grabada.
En el mismo año cae enfermo grave. Tras una larga convalecencia envía a la Academia cuatro cuadros de pequeño formato, acompañados de una carta en la que se anticipan algunas de las líneas maestras que definen a los Caprichos: he logrado hacer observaciones a que regularmente no dan lugar las obras encargadas en las que el capricho y la invención no tienen ensanche. Ya en 1798 pinta para la Alameda de Osuna una serie de temas brujescos, tan abundantes por otra parte en los Caprichos. Serán precisamente los Duques de Osuna los primeros que en enero del año siguiente se hagan con las cuatro primeras colecciones de la serie, incluso antes de que se pusieran en venta, merced al famoso anuncio del Diario de Madrid de 6 de febrero, en la tienda de perfumes y licores de la calle del Desengaño, número 1:
la colección de estampas de asuntos caprichosos, inventadas y grabadas al aguafuerte por Don Francisco Goya. Texto pleno de prudencia y ambigüedad que algunos autores atribuyen a Ceán Bermúdez (Pérez Sánchez) y otros a Moratín (Carrete); de hecho en la Comedia Nueva de este último autor se encuentran sensibles concomitancias con el anuncio. En cualquier caso el escrito, parecen coincidir todos, no es del pintor. Ambigüedad y generalización son la tónica de todo lo concerniente a los Caprichos. Consciente de que la sociedad de su época interpretaría, detrás de razones generales y abstractas, de modo más concreto el acervo crítico y extremadamente ácido de las estampas, Goya intenta protegerse detrás de generalizaciones, rótulos un tanto ambiguos que dan carácter universal a ataques o alusiones en ocasiones muy concretos, oculta las imágenes. Incluso el recurso de ponerlos a la venta en una tienda de perfumes, en lugar de en una librería lo que hubiera sido más normal, nos remite a un intento de evitar la estrecha vigilancia de los censores. Pese a todas estas precauciones el pintor se ve obligado a entregar al Rey, que las destinará a la Calcografía Nacional, las planchas y doscientas cuarenta y cuatro series (restantes de las trescientas iniciales), para lograr una pensión de estudios para su hijo Javier, y, sobre todo, protegerse de un más que probable acoso de la Inquisición como confiesa en carta a un amigo de 1825: los Caprichos los cedí al Rey ha más de veinte años. y con todo eso me acusaron a la Santa (Inquisición). Editados en un momento en que sus amigos liberales se han aupado efímeramente en las esferas del poder y la influencia, las cosas cambian - ha cesado como Secretario de Estado el amigo de Jovellanos y protector de Goya, D. Francisco Saavedra -, y es muy normal que en los círculos del poder no sea bien vista esta crítica mordaz de la sociedad de su época, porque sus coetáneos eran partícipes y conocedores de los distintos registros en los que se movía la obra. Sin duda era de fácil comprensión la crítica hacia los poderes políticos y eclesiásticos (Inquisición y monacato), así como a los distintos estamentos de la sociedad, sin duda muy en la línea del pensamiento ilustrado, del que el pintor participará activamente a través de su círculo de amistades. Es evidente que dentro del marco histórico, político y social y cultural en el que aparecen las estampas adquieren una facilidad de interpretación, en especial de aquellos niveles menos aparentes, desconocida para nosotros. Como señala Glendinning, los Caprichos no constituyen un hecho excepcional en la tradición satírica dieciochesca, que hunde sus raíces en el Siglo de Oro y que encontrará continuidad en el Siglo de las Luces a través de nuevos medios como las publicaciones periódicas (El Pensador, de José Clavijo Fajardo, El Censor, de García del Cañuelo y Marcelino de Perera), o el teatro (el hechizado por fuerza, de A. de Zamora, o, El Dómine Lucas, de José Cañizares), que coinciden en fustigar la jerarquía religiosa y civil, desdeñar los estamentos privilegiados, censurar la ignorancia, la superstición, la idolatría, la brujería y los vicios en general, al igual que sucede con los Caprichos. Numerosos son los estudios e investigaciones que han rastreado y rastrean en las posibles fuentes e influencias en esta magistral obra goyesca. Desde la literatura satírica de nuestro Siglo de Oro, ya citada, a la italiana Comedia del Arte, pasando por el teatro de sombras chinescas han sido mencionados por distintos autores como referencias probablemente bien conocidas por el pintor aragonés. Pero lo indubitado es que Los Caprichos son una crítica descarnada, fruto de una actitud decepcionada que si en principio se basa en la fe en el poder de la razón para reconvertir los vicios de la sociedad circundante, desemboca en un momento determinado - la segunda parte de la serie- en el triste convencimiento, como señala Edith Helman, de que el hombre aunque teórica y potencialmente sea un ser racional, es esencial e irrecuperablemente antiracional en sus creencias, pasiones y acciones. En consonancia con el pensamiento ilustrado del momento Goya pretende servirse de la razón, a través de la educación, para corregir los vicios y corrupciones tanto del individuo como de la sociedad. Y para ello nada mejor que el grabado y sus grandes posibilidades de difusión, que permiten llegar a un público mucho más amplio que con la pintura. En esto no es muy diferente que otros estamentos que utilizaban la multiplicidad del medio para transmitir sus propios mensajes. |
GOYA Y LUCIENTES, FRANCISCO (Fuendetodos, Zaragoza, 1746-Burdeos, 1825) Después de los estudios en la Escuelas Pías, a los catorce años ingresa en la academia de José Luzán Martínez, donde se dedicará sobre todo a copiar estampas italianas y francesas.En 1771 se le encarga la pintura al fresco de la bóveda de coreto de la basílica del Pilar de Zaragoza.Dos años más tarde contrae matrimonio con Josefa Bayeu, hermana de los pintores Francisco y Ramón Bayeu, un año después es llamado a Madrid con el encargo de pintar cartones para la Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, dirigido por Francisco Bayeu y Mariano Salvador Maella.En 1778 padece una larga enfermedad que le llevará a perder el oido.Varios años después, en 1780 es admitido en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de la que en 1785 será nombrado vicedirector. Realiza retratos de la monarquía y la nobleza de su tiempo, que alternará con la dedicación a las técnicas del fresco y el grabado. Muere en Burdeos a la edad de 79 años. De haber muerto a temprana edad no habría pasado de ser un buen pintor de su época, sin más, pero el largo desarrollo de su vida le lleva a alcanzar una de las cotas más elevadas dentro de la esfera artística. En sus primeras obras sigue el estilo de su época, tanto en los cartones para los tapices de la Fábrica de Santa Bárbara, como en sus frescos está influenciado por Tiépolo y los Bayeu, respectivamente. Pero será a partir del momento en el que enferme cuando su obra se separe radicalmente de los planteamientos artísticos anteriores. Su producción se interioriza, se vuelve más naturalista hasta llegar a una calidad que hace a su obra precedente de la modernidad en la pintura. Trata temas que van desde el ambiente cortesano a lo más desgarrador y violento, como es el caso de las pinturas negras o las series de los Caprichos y los Desastres, su pintura será testigo de las circunstancias históricas que le han tocado vivir y de lo que ellas provocan en su persona. En sus últimas obras muestra una vitalidad arrebatadora y un sentido de lo estético que se acerca al impresionismo. |
Belén Díaz Romero / Alicia Gómez Fernández |
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