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Cuento y leyenda del Rincón de la Victoria

Diputación de Málaga
Portada Guía de cuentos y leyendas de la Axarquía.ESP

Cuento y leyenda del Rincón de la Victoria

El origen de su nombre ha llevado a distintas teorías, considerándose la más fidedigna la que le otorga el nombre el hecho de haber sido tierras que habían pertenecido al patrimonio de los Frailes Mínimos de la Victoria.

  • Gentilicio:

Rinconeros

  • Leyenda:

Leyendas de la Cueva del Higuerón. Según estudios contrastados, la diosa Noctiluca tenía un santuario con un altar en la Cueva del Higuerón. Este altar tallado en el interior de la cueva de forma natural representaba una media luna creciente sobre la que hay una formación pétrea con una luna llena en el centro. Noctiluca, diosa de la fecundidad, la vida y la muerte, era adorada por los fenicios, cuyas monedas acuñadas en la ceca de Málaga representaban en el reverso un altar y formas similares a la de la cueva.

En una publicación de Cecilio García de la Leña, a finales del siglo XVIII se dice que en la Cueva del Higuerón se ocultó Marco Licinio Craso (115 a 53 a.C.) cuando huía tras el asesinato de su padre, motivo por el que una de las cuevas lleva su nombre.

Otra leyenda da paso a la Cueva del Tesoro, que se trata de la misma del Higuerón y es la que recoge Manuel Laza Palacio en el libro ‘El tesoro de cinco los reyes’, en el que describe que cinco monarcas hammudíes, antes de huir, enterraron un fabuloso tesoro en algún lugar de la cueva. Es conveniente aclarar que Manuel Laza Palacio halló a mediados de la década de los 50, cuando realizaba el estudio de esta cueva, seis dinares de oro del siglo XII. Una segunda versión señala que el tesoro fue enviado desde Orán por el califa Texufín Ben Alí, rey de los almorávides, que llegó a la costa malagueña huyendo de una sublevación en la que con seguridad hubiera perecido.

Una vez más la historia se mezcla con la leyenda y la Cueva del Tesoro toma otro nombre, la Cueva del Suizo, pues fue Antonio de la Nari, noble suizo que había pertenecido a la guardia papal, quien tras adquirir la cueva a mediados del siglo XIX, la exploró durante veinte años y murió dentro de ella, cuando lo sepultó una carga de dinamita que él mismo había colocado para abrir o descubrir nuevas galerías, pasando a ser desde aquel nefasto día de 1847 parte de la historia y la leyenda de la cueva. Inmediatamente surgió el rumor de que el alma atormentada del desdichado helvético vagaba por los barrancos haciendo apariciones esporádicas para espanto de los que la veían.

 

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